martes, 27 de marzo de 2012

Galán de estrella de pared (Chinoy)

Mis ojos tristes nunca averiguaron por qué temblaba la tierra. Sencillamente fueron las contradicciones de un hombre fuerte, el eje roto de la tierra, la desnudez de los sentimientos por medio de las palabras, la alegría pobre del payaso del rey... Cómo oír la concha ladrando el mar, hacer que se doble como un fósforo encendido, sacarle el fuego al molusco con el piquero al mar del albatros, que se moja y siempre sale volando. Odiarme sonrientemente, seguir el camino a la luna sin desviarme un paso y salir recorriéndolo con el pensamiento sincero de un cuerpo tendido al sol, medio muerto por la furia, medio vivo por lo oculto, trastocado como olas tremendas y movedizo, como la tierra de los temblores, como promesas de fin de mundo, como sangre saliendo de los ojos de la piedra, abatida a la adversidad, entregada en una caja de cartón, con los gatos saltando en la cama y un maullido del campo que nos regale un triste aleteo polar. Luego de eso, como manopla, salir huyendo y que todos miren pal mar, que las enredaderas prístinas anuncien nuevamente la primavera de una sangre dializada, que sea de vacaciones en otoño, y crujan de mala suerte las hojas de los árboles bajo mis suelas gastadas por el hastío y el verano. Ya me voy a ir, soñando con ser hablante lírico, con que los poemas no se escriben solos, con que esta invención se haga o no se haga, con que la inmensidad del destino tiene sabor a gustos y enredos de pelos y tallarines.

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