martes, 3 de febrero de 2015

Una reflexión pedagógica de MasterChef


Final del programa
 Cuando comencé a estudiar Filosofía yo quería escribir. Muchas de mis imaginerías pasaban por el literario comentario de: “Qué pasaría si...”. Esto podía ser desde una relación amorosa fallida, hasta haber nacido en otro país o cualquier cosa que sucediera a mi alrededor. Un maestro en Nietzsche, José Jara, me convención con palabras muy sabias “no pensar en el qué pudo haber sido, sino en el qué es o está siendo”. Después de eso me quede más o menos conforme, hasta ahora.

Durante el capítulo final de Master Chef Chile, el Chef Carpentier dice “Si Ignacio hubiese tenido las oportunidades, quizás donde estaría”. Ese sencillo diálogo me volvió al pensamiento pueril de recién estudiantes de filosofía -nadie ha dicho que aún no sea un estudiante de la misma-. “Que hubiese sido si...” Y si este joven fuera un prodigio para el golf y nunca pudo jugar, o si ella fuera una maestra en el ajedrez y nunca nadie le enseñó. Después, leyendo los twitts que surgieron a granel uno de los cocineros invitados como jurado dijo más o menos: que lo de Ignacio era intuición, mientras que su competidora era estudio, viaje... en mis propias palabras “oportunidades”. No vamos a irnos con el razonamiento de la justicia o injusticia, sino con los que es y no con lo que pudo ser.

¿De dónde Ignacio tuvo que sacar las oportunidades? De su familia, pareciera que no. De haber sido así, se hubiese descubierto cocinero hace mucho (de hecho de descubrió y por eso avanzó tanto en tan poco tiempo). Su familia, con lo poco que tenía pudo darle sentido de responsabilidad, enseñar a querer a sus hijos, etc. Pero de oportunidades, como viajar, conocer, descubrirse, parece que no. Fue en el momento cuando entra a un sistema televisivo de “educación”, un show que tenía los recursos para hacerlo donde se descubre talentoso, donde aparece lo que ES, donde se le ofrece la oportunidad de aprender, la cual pudo tomar o no tomar, eso es claro, pero que en su caso fue significativa, y por fortuna pudo aprovechar.
Aquí es donde me nace el profesor que llevo dentro. No puedo dejar de pensar que en el caso de Ignacio es la escuela el lugar donde pudo obtener antes esas oportunidades de aprendizaje. No hablo de números, de simce, de aprendizajes claves, ¡NO!. Hablo de oportunidades de aprendizaje, de la oportunidad de descubrirse como cocinero, como arquitecto, como matemático, como lo que realmente “es” -platónicamente hablando- o, en términos aristotélicos, cual es su finalidad y de eso se sigue su felicidad. Una educación que equipare la cancha, en palabras sencillas. Hablar de educar para el sujeto, para liberarlo de su ignorancia, para que se encuentre a si mismo. Oportunidades de aprendizaje es la diferencia entre Alejandra e Ignacio, y esas oportunidades deben darse en una escuela que eduque. Ahí radica la importancia de la educación pública, y esta debe ser diversa -no a la usanza de la “libertad de enseñanza” de la LOCE-, sino en el sentido de ser inclusiva para las distintas capacidades que se pueden desarrollar en Chile. No solamente hay que replicar los modelos de liceos emblemáticos de excelencia, ya que solamente se premia con recursos -que a la postre es mejor educación- a aquellos que tienen sólo talento académico, sino mejorar liceos técnicos, artísticos, comerciales, etc. Solamente en esa diversidad podrá darse la verdadera educación pública.

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