domingo, 2 de marzo de 2008

La Francisca


Para la Francisca… quien guarda la esencia de lo que podemos llegar a ser.

La primera vez que Francisca sintió aquella voz fue acostada en el pasto veraniego de Callejones, mirando el cielo, poco tiempo después que su vida de niña cambiara pues sus padres no iban a estar más juntos. Nunca supo lo que decía, pero cada vez que lo escuchaba, sonreía, y eso le hacía tanta falta que prefirió aceptarlo tal cual fuera; sin rostro, sin cuerpo, sin proyecciones. A veces le venía a hablar en la hamaca de atrás, en el bosque de Eucaliptos, patio de su casa, mientras huía de la realidad fumando lo que hubiera y acariciando a su buen Barquillo, que había pasado por lo mismo que ella, pero sin ladrido alguno de queja.
Era solamente una voz dispersa, que la encontraba sola y se dedicaba a contarle cosas increíbles.
De seguro no estaba loca, ya que una vez un mensaje de MSN le dijo “hola” y volvió a conversarle de sonrisas. De ahí una que otra llamada telefónica y creyó con tanta certeza que lo que se dirigía a ella era real y fraterno que nunca volvió dudar de eso.
Una que otra vez, Francisca, se sentó en la casa de la cultura a oirlo hablar, ella bailó cueca para él y sonrió en cada giro. Que más importaba bailar con el aire, era más feliz que fumando.
Sonó el teléfono, un día frío de invierno, y escuchó ahora, una voz temerosa, ya no sonreía. Se despidió con un guiño de ojo, partió lejos, mas ella no entendió nada.
Caminó siglos sin volver a escucharlo, sin ver la voz silente, personal de la metafísica del mundo. Estaba tranquila ahora, tenía novio, amigos, y su familia marchaba pos los rumbos que eligieron, al parecer ya la voz no aparecería. Y solamente oara comprobar su locura anterior envió un mail diciendo a eso: “stay faraway – So Close”. Y le respondieron: “La distancia, Lucybell”. Entonces volvió a sonreir…

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